Marruecos, un país lleno de encantos y misterio

Para los que aún no sepan que hacer estas vacaciones, Marruecos se revela como una alternativa asequible, económica y, además, con buen tiempo asegurado. Compañías a bajo coste como Ryan Air o Easy Jet, ofrecen vuelos a precios regalados a ciudades como Marrakech o Casablanca desde distintas localidades españolas.

Casablanca, conocida por la película homónima de Víctor Fleming, es un punto de partida idóneo para las personas que quieran conocer la pobreza y miseria del país. Ofrece una visión más realista que la de otras ciudades más enfocadas al turismo como Fez, Rabat o Marrakech.


Sin embargo, no deja de ser, en opinión de muchos, una ciudad oscura, sucia y con muchísima pobreza. El buque insignia de la ciudad es, sin duda alguna, la Mezquita Hassan II, el monumento religioso más grande del mundo después de La Meca y abierto a todos los turistas (aunque no sean musulmanes).Aunque diseñada por un arquitecto francés, todos los materiales utilizados de su construcción son autóctonos.

La Mezquita, que fue construida en conmemoración del 60 cumpleaños del rey Hassan II, puede acoger entre su interior y exterior más de 100.000 personas. Su minarete, el más alto del mundo, es visible desde muchos kilómetros alrededor.

La avenida de Mohammed V, que viene a ser algo así como la Gran Vía madrileña, recoge pequeños hoteles y restaurantes donde comer los platos típicos, como el pescado frito (con las manos), o la langosta. No debemos olvidar que Casablanca es el principal puerto del país y la calidad de su pescado es inmejorable.

Una vuelta por La Corniche (paseo marítimo) o cualquiera de las dos medinas, la nueva o la antigua, son igualmente aconsejables. Pero, sin duda alguna, para los románticos no puede faltar una visita al Rick’s Cafe, donde rememorar la mítica frase –nunca dicha- de “Tócala otra vez, Sam”

Proseguimos viaje hacia Marrakech, no sin antes recomendar al viajero que procure, siempre que sea posible, hospedarse en alojamientos de 4-5 estrellas (la calidad no es comparable a la de hoteles de otros países), no beber agua, verduras crudas o fruta sin pelar y, sobre todo, ir dispuestos a respetar las costumbres ajenas.

Es difícil hacer alguna recomendación sobre Marrakech, puesto que todo él es recomendable. Para los que vayan con poco tiempo, que no se pierdan la plaza de Jemaa el Fna y sus zocos. Un universo de colores y sensaciones difícil de encontrar, incluso en otras localidades marroquíes y que constituye el centro neurálgico de la ciudad.

La plaza, que es un vivo reflejo de las plazas del medievo, es lugar de encuentro de vendedores, músicos, acróbatas y un espacio fascinante a la caída de la tarde. El zoco de Semmarin, cercano de la plaza, es ideal para oler, admirar y disfrutar regateando. ¡Ojo!. En Marruecos el regateo es práctica habitual, así que no está de más hacer los mismo que los autóctonos.

Las murallas, con sus puertas impresionante de Bab Doukkala, Bab el Themis, Bab El Jadid, Bab el Debbah, Bab er Robb y Bab Agnau, son otro de los monumentos dignos de ser vistos en la ciudad, al mismo tiempo que son difíciles de no ver.

El palacio real o Dar El Makhen constituye otro de los edificios dignos de ser vistos. Sin embargo, poco tiene que ver con los palacios europeos comunes. De origen almohade y posteriormente agrandado y embellecido por las dinastías posteriores, sus joyas son el Mechouar (patio de armas) y el Gran Mechouar, donde tenían lugar distintas clases de eventos.

Por último, no podemos olvidarnos del paisaje de grandes contrastes de la ciudad. Los jardines como el de Agdal o de la Menara, con sus estanques, palmerales y todo tipo de vegetación semi desértica contribuyen al colorido y viveza de Marrakech, lo que demuestra que Marruecos es mucho más que mezquitas.

Y si queremos proseguir más viajes por otras ciudades imperiales o fortificadas, o incluso adentrarnos en el desierto, recomendamos fehacientemente utilizar el tren. No sólo es rápido, sino también muy barato, no acumula retrasos y se viaja más cómodamente que en autobús. Eso sí, no merece la pena viajar en primera, puesto que no hay grandes diferencias con respecto a la clase más económica.

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